Ediciones La Visita, 2021
11,5 x 15,5 centímetros
40 páginas
Autor: Juvenal Munizaga
Edición: Miguel Ángel Felipe
Diseño: Aribel González
¿En qué lugar exacto viven las imágenes? ¿Dónde podemos ir a citarnos con ellas, a dejar que seductoramente nos hablen y, en algún momento, nos propongan? Es obvio que no están en la realidad, aunque presuponemos que hayan nacido de ella. Tampoco pertenecen exclusivamente al fuselaje, aquí analógico, del signo fotográfico. Habitan un lugar intermedio que está siempre colisionando en sus límites, que atrapa y hace polvo los instantes muertos que se precipitan en sus bordes. En cada fotolibro hay una doble página en la que morar. Es una unidad de seguridad mínima que ofrece una luz a la que amarrar una incipiente certidumbre, algo que en Chile llamaríamos una tincada. Es un lugar en el que quedarse a vivir aunque sea momentáneamente, siendo tú y sin molestar a nadie. La casa justa, ni grande ni pequeña, ofrece su espacio como un lugar de habitación para existencias al margen, hijos huachos y madres solteras repudiadas por sus parientes cercanos. Esos estigmas, accidentes biográficos, permean la existencia, calan las imágenes, las llenan de vida y se depositan en sus entrañas. Lo que ves es siempre algo más, el relato intenso va, como la procesión, por dentro. Fluye torrencial o se deposita como saliva o sangre que se hace memoria y mancha. El mérito de este fotolibro, si hay que quedarse con uno, es sostener una visualidad frágil que está a punto de desaparecer. Juntando fragmentos de polvo, como cardúmenes de peces o estorninos en vuelo, aparece una figura principal, un sentido posible, una línea rosa para envolver las estimulaciones retinianas siempre inestables. El libro de Juvenal Munizaga se ríe así del tiempo y desafía lo impermanente. Es una goma de mascar que se infla burlona y explota en la cara seria de la nostalgia.